La Tierra Prohibida by William Sarabande

La Tierra Prohibida by William Sarabande

autor:William Sarabande [Sarabande, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1987-12-31T16:00:00+00:00


Capítulo 7

El gran oso caricorto se presentó de noche, como lo hacen los horrores auténticos, porque la oscuridad es cómplice del miedo y hace que todas las cosas que los hombres temen parezcan más grandes y peligrosas. Pero este animal era ya tan enorme que la noche tenía poco que hacer para que pareciese de mayor tamaño o más devastador. Sobre las cuatro patas medía por lo menos metro y medio hasta la cruz cubierta de espeso pelaje. Erguido sobre las patas traseras, tal como ahora lo estaba, y visto de noche, alcanzaba más de tres metros de altura. Por su volumen, estatura y peso, era uno de los mamíferos de mayor tamaño que a la sazón habitaban la tierra. No poseía la joroba de grasa de su pariente el oso pardo; aunque abultaba aproximadamente un tercio más, desplegaba una velocidad superior. Su extraña cara en escorzo no era la de un omnívoro; el gran oso caricorto de la Edad del Hielo era exclusivamente carnívoro. Su dieta consistía en carne, cualquier clase de carne, viva o muerta, recién matada o putrefacta.

Y ahora su amplio hocico aplastado captaba el olor de los pozos de almacenaje y el de la carne y las pieles que se secaban y conservaban en el campamento de Torka y su pueblo. Haciéndosele la boca agua ante la perspectiva del futuro banquete, el gran oso empezó su avance.

Lentamente, mucho antes de que el gran oso estuviera lo bastante cerca para ser oído u olido, su presencia empezó a conturbar a los miembros de la tribu, haciéndoles gemir y rebullir inquietos en su sueño. Pronto, en cada una de las chozas-pozo familiares, el pueblo de Torka estaba totalmente despierto y sin moverse. Había un intruso que merodeaba en las inmediaciones del campamento donde se encontraban los pozos donde habían escondido carne.

Trampas y pozos-trampa rodeaban el campamento, estratégicamente situados para mantener alejados a los depredadores. Ningún depredador había violado en cuatro otoños este sistema de seguridad. Pero ahora un chasquido sordo provocado tal vez por el destrozo de una línea de trampas rompió el silencio de la oscuridad.

En su choza, Torka tendió el oído mientras intentaba dar una imagen y un nombre a lo que estaba moviéndose en la oscuridad. Por fin lo oyó con toda claridad: pisadas acolchadas, exhalaciones suaves y un sordo rechinar babeante apenas audible, pero que se destacaba por encima del gemido constante del viento otoñal. El sonido parecía proceder de una criatura enorme, pero, en la oscuridad, el ruido producido por los roedores sonaba como si se tratara de lobos, y los lobos parecían leones, y…

Aar ladró una vez desde el sitio donde acostumbraba a dormir, a la puerta de la choza de Karana, pero a Torka le dio la impresión de que el perro no estaba seguro de a quién ladraba, si es que ladraba a alguien o a algo. Debido a que su manada humana le castigaba cuando despertaba a todo el mundo sin ningún motivo, hacía tiempo que Aar había aprendido a no alertarles sin necesidad.



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